La libertad, según definiciones de manual, se divide básicamente en dos:
la libertad exterior, que es la libertad de todo agente extrínseco que se
imponga, ya sea contra la inclinación de la naturaleza (estar atado a una
cadena) o según la naturaleza (la ley de la gravedad); y la libertad interior,
que es la libertad de todo principio intrínseco necesitante, ya sea psicológico
o moral. Una vez hecha esta división, podemos afirmar que, pese a sus
limitaciones, uno puede ser libre exteriormente sin serlo interiormente, y
viceversa; libertad exterior e interior no se implican necesariamente. Como
decía Epicteto: “el que conserva la libertad del cuerpo, pero tiene el alma
esclava, esclavo es; pero el que conserva el alma libre, goza de absoluta
libertad, aunque esté cargado de cadenas”.
Lo que nos interesa en este ensayo no es tanto la llamada libertad
exterior, sino la libertad interior o también conocida como libre arbitrio (libertas
arbitrii). Nosotros, bien lo sabemos, podemos obrar o no obrar, hacer algo
o no hacerlo; a esto se lo llama libertad de ejercicio (libertas exercitii).
Al respecto, William James decía que “cuando debes hacer una elección y no
la haces, esto ya es una elección”. En cambio, y siguiendo con la lectura
de los mismos manuales citados en el párrafo precedente, cuando la potencia
especifica su acto al querer esto o aquello, al decidir por una u otra cosa,
ejecutar este acto u otro, la llamamos libertad de especificación (libertas
specificationis). Estas dos formas de libertad son claramente diferentes.
Se puede tener la primera sin la segunda, pero la segunda siempre supone la
primera, que es fundamental. Es obvio que si no me decidí a obrar, no puede
elegir el modo de hacerlo.
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