Durante mucho tiempo se
creyó que ser libre era la posibilidad de elegir pero siempre orientada hacia el
bien. Y cuando digo “se creyó” en realidad debiera decir “se impuso
teóricamente una concepción, principalmente desde jerarquías eclesiásticas o
grupos religiosos de poder”. Porque, gracias
a Dios, uno es libre eligiendo el Cielo pero se convierte en libertino al
preferir el Infierno, dicen.
Para el Pueblo, en cambio,
la libertad es la posibilidad de elegir, a secas. Ni más ni menos. Porque la
libertad es condición de posibilidad del problema ético, pero no implica tomar
partido por ninguna de las éticas en particular. Y exigir una orientación hacia
el bien significa que ya conocemos el bien, salvo que esa orientación esté
sustentada en una concepción subjetivista del asunto, algo poco viable teniendo
en cuenta los cultores de esa ideología.
Cambiando el ángulo de la definición,
ser libre, por la negativa, sería no estar absolutamente
determinado. Esto implica, en primer lugar, descartar los determinismos
externos tales como movimientos de los astros, genios malignos,
extraterrestres, dioses, magias, etc. Y en segundo lugar, también implica, huir
de los determinismos internos, ¿psicológicos?.
Cuando un adolescente (u
otro existencial etáreo) elige qué
ropa comprar o qué música escuchar, ¿es libre?. Aquí debiera ingresar en escena
el Mercado, algo que no ocurrirá por ahora en este escrito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario