lunes, 20 de febrero de 2012

Apuntes sobre la Libertad II


Durante mucho tiempo se creyó que ser libre era la posibilidad de elegir pero siempre orientada hacia el bien. Y cuando digo “se creyó” en realidad debiera decir “se impuso teóricamente una concepción, principalmente desde jerarquías eclesiásticas o grupos religiosos de poder”. Porque, gracias a Dios, uno es libre eligiendo el Cielo pero se convierte en libertino al preferir el Infierno, dicen.
Para el Pueblo, en cambio, la libertad es la posibilidad de elegir, a secas. Ni más ni menos. Porque la libertad es condición de posibilidad del problema ético, pero no implica tomar partido por ninguna de las éticas en particular. Y exigir una orientación hacia el bien significa que ya conocemos el bien, salvo que esa orientación esté sustentada en una concepción subjetivista del asunto, algo poco viable teniendo en cuenta los cultores de esa ideología.
Cambiando el ángulo de la definición, ser libre, por la negativa, sería no estar absolutamente determinado. Esto implica, en primer lugar, descartar los determinismos externos tales como movimientos de los astros, genios malignos, extraterrestres, dioses, magias, etc. Y en segundo lugar, también implica, huir de los determinismos internos, ¿psicológicos?.
Cuando un adolescente (u otro existencial etáreo) elige qué ropa comprar o qué música escuchar, ¿es libre?. Aquí debiera ingresar en escena el Mercado, algo que no ocurrirá por ahora en este escrito.

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