En la
antigüedad, cuando uno quería saber qué es lo que iba a suceder en tal o cual
situación no tenía más que dirigirse a un lugar sagrado donde los dioses le
respondían sus preguntas a través de sus intérpretes (sacerdotes y pitonisas).
En Grecia se la llamaba manteia,
siendo conocido entre los romanos por oracula.
Veamos de qué
manera funcionaba el oráculo. La pitonisa inspirada se sentaba en un asiento de
tres pies en una estancia subterránea llamada áditon, donde aspiraba los vapores de la profecía. En ese instante,
el dios hablaba a través de ella y respondía las consultas oraculares. La
explicación científica que se pretende para éste y otros oráculos similares, es
que la mujer entraba en trance gracias a los vapores de azufre, y elevaba su
mente a la subconciencia. Para otros era simplemente un subterfugio azaroso. La
primera explicación es para tener en cuenta, pues desde Herodoto a Plutarco se
habla de entusiasmo. Alguien entusiasmado, etimológicamente, es alguien atravesado
por el dios. Tiene relación con lo que los griegos también llamaban manía. Uno pierde su identidad, pierde
los límites y deja de ser uno mismo, para ser, en este caso, el instrumento de
un dios.
Una de las
características de los oráculos es la ambigüedad. Traigamos el ejemplo de
Creso, rey de Lidia. Planeaba una guerra contra el reino de Persia. Como era un
hombre prudente, no quería arriesgarse a emprender una guerra sin tener la
seguridad de ganarla. Al consultar al oráculo de Delfos sobre la cuestión,
recibió la siguiente respuesta: Si Creso emprende la guerra contra Persia,
destruirá un reino poderoso. Contento con la predicción, de la cual infirió la
destrucción de los persas, inició la guerra. En poco tiempo fue derrotado por
Ciro, el rey persa. Tan rápido como pudo se fue a quejar a los sacerdotes de
Delfos, quienes le contestaron que la predicción fue correcta: Al emprender la
guerra, Creso destruyó un poderoso reino, ¡el suyo!.
Esto podríamos
relacionarlo con otro personaje mítico,
y a la vez trágico, de los griegos: Prometeo. Mítico porque podemos encontrarlo
ya en Hesíodo, y trágico por su aparición en la obra de Esquilo, Los tres
Prometeos (de la cual sólo nos queda El Prometeo encadenado). El punto de
contacto sería el robo del Fuego Olímpico. Prometeo no hurtó todo el fuego
divino sino sólo una chispa, un pedazo de carbón. El fuego podría simbolizar el
conocimiento, la sabiduría. Prometeo no le dio a los hombres la sabiduría
divina sino sólo una chispa de ésta. El hombre tiene el deseo de conocer pero
jamás podrá saberlo todo (algo así como Sísifo empujando la piedra y bajando a
buscarla en un eterno retorno). Una de las diferencias que hará Píndaro entre
dioses y hombres es la siguiente: el hombre no conoce su destino y los dioses
sí. Los animales tampoco conocen su destino pero no les interesa saberlo. En
cambio, el hombre, tiene esa chispa de fuego divino, tiene ese conocimiento
parcial y limitado que dista bastante de la sabiduría divina. El oráculo, más
que una ayuda a los hombres, es otra prueba más de la abismal distancia entre
la raza divina y la humana.
Para ver otro
aspecto de los oráculos, recordemos este conocido ejemplo de la tragedia
griega: Edipo rey. Layo y Yocasta eran los padres de Edipo. El oráculo le había
dicho a Layo que cualquier hijo que tuviera con Yocasta sería su asesino. Por
esta razón quiso deshacerse de Edipo. Hay dos versiones al respecto, pero no
vienen al caso. Lo cierto es que Edipo terminó en Corinto como hijo adoptivo de
los reyes. Un día, Edipo, fue a consultar al oráculo su futuro, y éste le
contestó: ¡Matarás a tu padre y te casarás con tu madre!. Creyendo que se
refería a los reyes de Corinto, se decidió a huir. En el viaje se cruzó a Layo
(su verdadero padre, aunque Edipo no lo sabía) y, luego de una disputa, lo
mató. Luego venció a la
Esfinge, fue proclamado rey de Tebas y se casó con la reina
Yocasta (su verdadera madre, aunque Edipo no lo sabía).
Hasta aquí la
historia griega, o al menos el fragmento
que nos interesaba. Si uno consulta al oráculo es porque cree que lo que dice
es verdad. Si el oráculo le dijo a Layo que su hijo lo mataría, por más que se
deshiciera de su hijo, éste lo iba a matar. Ahora, si no estaba del todo
convencido, ¿para qué se deshizo de su hijo?. La profecía oracular no era “si
tu hijo sigue contigo te matará”, sino, “cualquier hijo que tengas te matará”.
Algo similar le sucede al propio Edipo. El oráculo le dice que matará a su
padre y se casará con su madre. Por más que huya, la predicción iba a
cumplirse. Al parecer, estos personajes creen en el oráculo, pero a la vez
descreen. Primero le creen, luego intentan evitar el destino, y en ese mismo
instante están descreyendo, ya que piensan que de esa manera no se cumplirá lo
que el oráculo predijo.
En este mundo
posposmoderno, por decirlo de alguna manera, creemos en los neooráculos, a los
que solemos denominar como medios masivos de comunicación. Desde el tiempo
hasta la seguridad, pasando por el tránsito y las mejores películas para ver el
fin de semana, los mass media hace
gala de sus mensajes ambiguos, pero claramente intencionados e interesados, en
los que creemos o descreemos a la vez. ¿O acaso sacar el paraguas de paseo ante
el mísero 30 % de probabilidades de precipitaciones no es exactamente eso?.
Todo lo que
digamos ya está mediado por los medios masivos de comunicación. En la
actualidad, ellos son el horizonte de comprensión desde dónde percibimos y
analizamos todo y, es más, desde donde existimos. En los medios masivos se
constituye el sentido del ser actual. Por esta razón, posiblemente, sea tan
fuerte el impacto que tienen los medios en la realidad (sea lo que fuere lo que
llamamos realidad). Operan en lo más originario, en la pragmática. Sucede que
el mundo tiene sentido por el hombre pero el hombre está abierto al mundo antes
que a sí mismo y, por lo tanto, siempre está comprendiéndose por él en una
codeterminación mutua originaria. Existimos, comprendemos y somos desde los
medios masivos de comunicación.
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