jueves, 22 de marzo de 2012

Apuntes sobre la Libertad VII


Para profundizar en este entrecruzamiento entre Libertad y Medios de Comunicación, realizaremos una breve digresión para comentar “The Truman Show”.
            Como bien se observa a lo largo de la película, Truman (jugando con las palabras “hombre” y “verdad”) vive una vida que parece estar manejada desde afuera. Su vida se dice desde otro lado; es un discurso escrito por otro. En este caso podemos llamarlo, entre muchos nombres, como medios masivos de comunicación y podríamos simbolizarlo en Cristof, el director.
Frente a la dicotomía existente entre la vida de Truman  y la de los televidentes, podemos plantearnos la siguiente pregunta: los medios masivos de comunicación ¿reflejan la realidad o la construyen?. Se puede decir que un noticiero refleja la realidad. Sin embargo, no muestra toda la realidad. Se elige qué mostrar y qué no. Hay intereses detrás. Adorno dice que la televisión introduce un duplicado del mundo para reemplazar al real, de tal manera “que no es posible advertir que el mundo que reflejan no es el mundo”.
Los medios de comunicación de masas se han convertido en componentes de una explosión y multiplicación generalizada de Weltanschuangen, de visiones del mundo ya no sólo referidas a las distintas culturas del planeta, sino también a las múltiples subculturas dentro de una misma cultura.
La desaparición de la frontera entre realidad y ficción llega a ser un hecho habitual en los informativos de televisión, y el advenimiento de la realidad virtual (curioso oxímoron posmoderno) y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación acabarán disolviendo las pocas distinciones que se mantienen entre hecho y ficción. Así, no sólo es innegable que hay múltiples visiones del mundo, sino también que ninguna se basa en un acceso privilegiado a la realidad (sea lo que fuere lo que signifique realidad). La intensificación de las posibilidades de información sobre la realidad en sus más diversos aspectos vuelve cada vez menos concebible la idea misma de una realidad. Quizá se cumple en el mundo de los mass media una profecía de Nietzsche: el mundo verdadero, al final, se convierte en fábula. Y es que, como decía este pensador alemán, no existen hechos, sólo interpretaciones. Y toda interpretación interpreta otra interpretación.
Releyendo los párrafos anteriores surge inmediatamente otra pregunta: las personas ¿reflejan la realidad de los medios o construyen su propia realidad?. Todo lo que puedan hacer los medios depende de los receptores, se dice. Como afirma John Milton (Al Pacino) en “El Abogado del Diablo”: “Yo no manejo marionetas, sólo armo el escenario”. El resto es puro libre albedrío, concluye. Lo mismo sucede con los medios masivos de comunicación. Arman, constituyen un escenario, como lo es la misma Seahaven (juega con “mar” y “cielo”). Cristof no maneja a Truman como si fuese una marioneta. Truman es libre de decidir qué realidad quiere vivir, más allá de los condicionamientos propios de la finitud humana (lugar de nacimiento, lengua materna, familia, etc.). El Director lo sabe y por eso dice: “Truman puede irse cuando quiera si tuviera algo más que una vaga ambición. Si estuviera decidido a saber la verdad no podríamos impedírselo de ningún modo”. Incluso hay muchas señales que van desocultando la verdad (aletheia), sea lo que fuere lo que llamamos verdad. Un farol cae del cielo, mira para arriba y sigue su vida como si nada, aunque a esto colabora la lógica explicación que escucha en la radio. Estando en la playa llueve en una franja sola: es una nube que lo sigue solamente a él. Cuando quiere alcanzar al padre reaparecido, se lo llevan, lo cruzan de cualquier forma e intentan por todos los medios posibles impedir que se encuentren. Silvia, antes de que se la lleven, le revela todo. Sin embargo, recién comienza a sospechar cuando escucha por su radio que lo están siguiendo. Descubre el estudio detrás del ascensor, cómo los autos frenan para no atropellarlo, y así.
Ahora profundicemos un poco más en la influencia del entorno social sobre Truman. Marx decía que “no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. ¿Qué sucede con Truman?. Evidentemente su ser está siendo determinado por el ser social. Él está siendo dicho desde otro lado.Y lo mismo podemos decir de todos los actores que participan del show.
Comparemos a Truman con nosotros. Truman, a lo largo de la película,  está extrañado, alienado... ¿y nosotros?. Él tenía el mismo poder de decisión, la misma libertad que ahora nosotros. Él no eligió dónde nacer, nosotros tampoco. Él no eligió su familia, nosotros tampoco. A su esposa le dijeron que lo sedujera, pero él terminó aceptando. Su amigo actuaba de amigo, pero él lo consideraba tal y por eso le contaba todo. Ninguno de nosotros está exento de que le suceda algo similar. Él podría haberse ido antes, pero no estaba preparado. Señales tuvo. Siempre fue libre. ¿Qué nos diferencia de él?, ¿que no nos filman?.
En ningún lado leemos “El Gran Hermano te vigila” pero, ¿quién dijo que no nos filman?. Tal vez estamos siendo filmados sin darnos cuenta (de hecho nos habrá pasado más de una vez). Al fin y al cabo a Truman le sucedía eso mismo. Igualmente si uno no lo sabe actúa como si no lo filmasen y, por lo tanto, no cambia sus conductas. Entonces, nos volvemos a preguntar: ¿qué nos diferencia de Truman?. Tal vez nada. Y eso es lo peor. Cuando Truman quiere salir a explorar, como Magallanes, le dicen: “Llegas tarde, todo ha sido descubierto”. Cuántas veces a nosotros nos dicen algo similar: “Llegas tarde, ya han pensado por ti, ya han decidido por ti”. Nos desaniman. Y quizás es porque estamos tan alienados como él. Después de Bentham y el panóptico, Foucault y la sociedad disciplinaria, Deleuze y la sociedad de control, no podemos seguir pensando ingenuamente igual.
En el Talk-Truman, el periodista le pregunta a Cristof: “¿Por qué creé que Truman nunca llegó a descubrir hasta hoy la verdadera naturaleza del espectáculo?”. El Director le contesta: “aceptamos la realidad del mundo que nos presentan, eso es todo”. Nosotros también aceptamos la “realidad” del mundo que nos presentan; en palabras de Heidegger: vivimos en estado interpretado. Ese aceptar la realidad del mundo que se nos presenta, muchas veces pasa por naturalizar la cultura. No siempre somos conscientes o explicitamos de alguna manera que vivimos en un mundo que nos precede. Tenemos que saber que nunca conocemos la cosa tal cual es fuera de los discursos que hablan acerca de ella y, de alguna manera, la crean o la construyen. Y nuestra imagen de la realidad depende en buena medida de la confirmación o no-confirmación que aporta a nuestra percepción el testimonio del otro. Preferimos confirmar la opinión establecida, antes de que nos vean como un loco o, de mínima, alguien diferente. Posiblemente también nosotros estemos necesitando luchar contra viento y marea, y salir por esa puerta oscura que conduce a la “realidad”, más allá de que no veamos nada todavía.
Muchas veces en nuestra cotidianeidad absolutizamos la analogía, el juicio provisional o la mímesis y no somos nosotros mismos, estamos alienados, extrañados. La rutina, como a Truman, también nos aliena. Frente a esto debemos gritar con Truman: “auxilio, estoy siendo espontáneo”. Heidegger advierte que el hombre es el ser emplazado ante la alternativa auntenticidad-inautenticidad; la posibilidad de llegar a ser él mismo constituye la tarea y la hazaña del existente humano.
Optemos por ser el “sí mismo” heideggeriano y no el “man”. Si el otro, por ejemplo la televisión, me constituye, estoy en estado interpretado. Actúo como el uno, como todos y como ninguno a la vez. Me hace falta realizar una hermenéutica ontológica existencial de mi vida. Como hace Truman: desde su futuro, interpreta su pasado y se juega en su presente. Su futuro es estar en la “realidad” junto a Silvia, su amor. Interpreta su pasado, lo vivido junto a ella, la “mentira” en la que estuvo viviendo. Se juega en su presente: sale en busca de Silvia. Esto lo lleva a un estado interpretante, a ser sí mismo y decidir su propio destino; es por eso que logra liberarse.
Toda liberación no puede ni debe ser comprendida como un desatarse de algo que nos aliena y domina, sino más bien como un encontrar aquello que nos pueda librar a nuestro propio destino. Heidegger mostrará cómo la pragmática cotidiana, entendida como hermenéutica existencial, es la que realiza más originariamente la estructura de inteligibilidad que da cuenta del sentido del ser. Aquí se da un protagonismo donde se juega tanto la alienación como la liberación semántica del ser en el mundo.
Para ir cerrando este apartado realicemos una breve comparación con uno de los más conocidos mitos griegos. Ulises se hizo atar al mástil de su navío, por consejo de Circe, para no dejarse llevar por el canto de las sirenas. De la misma manera Truman se ata al mástil de su bote para no dejarse llevar por su fobia al agua. El miedo serían las sirenas. No quiere escuchar a ese temor que le dice: “aléjate del agua, vuelve a tu rutina y vive tranquilo”. Entonces se sujeta al bote. Se hace sujeto de la situación. Se hace cargo de toda su vida (pasado, presente y futuro) y decide libremente ser sí mismo.
En el final, antes de salir por la puerta, Truman dice: “En caso de que no los vea: ¡Buenos Días, Buenas Tardes, y Buenas Noches!”. El mismo saludo rutinario que no lo dejaba ver la “realidad” es su despedida hacia lo “real”. Sólo salimos de la rutina cuando somos conscientes de que vivimos en la rutina. Por eso esa despedida irónica.
Por eso, también, comienza a ser espontáneo cuando, estando en el auto en la puerta de su casa, descubre la rutina de los actores y predice quién pasará primero, quién luego y cuál después (algo así como los prisioneros en la caverna platónica que jugaban a predecir en qué orden se sucedían las imágenes). Sucede que comprender, quizás, no sea otra cosa que el carácter óntico original de la vida humana misma. Cuando uno comprende que está alienado, en ese instante se libera. Comprender es ser sí mismo. Exigirá esfuerzo pero vale la pena.

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