Agustín
Cuore decía que un libro en un estante no es más que un cúmulo de hojas unidas
por vaya a saber uno que misterioso pegamento; “sólo es literatura cuando se lo
lee”[1]. Con
este pensamiento rondando su cabeza se dirigió hasta su biblioteca para buscar
un maravilloso libro. Entre tantos lomos reconoció uno color verde que decía:
“El Banquete”. Lo tomó entre sus manos, se ubicó en su escritorio personal, y
comenzó a leerlo. Y como suele pasarle a todo buen lector se compenetró con la
obra. Parecía estar sintiendo la voz de aquellos personajes y cada tanto
cerraba los ojos para ilustrarse mejor la escena. Pero de tanto cerrarlos llegó
un momento en que no los volvió a abrir: se quedó totalmente dormido. Y tuvo un
sueño:
Era
21 de Septiembre del 2000 y para festejar el día de la primavera se había
realizado un Banquete en Buenos Aires. El lugar de reunión fue la casa de
Agatón y concurrieron Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, Sócrates y
Agustinóstenes. Por ser el día de la primavera se propuso como tema homenajear
al Amor. De esta manera cada uno de los invitados, a su turno, debía improvisar
un discurso de alabanza al amor...
Sócrates había finalizado su discurso y Aristófanes se
disponía a oponerle algunas objeciones. Pero en ese mismo instante se oyó una
voz que provenía del exterior de la casa. La voz era indudablemente de
Alcibíades, y al parecer venía con una borrachera que no le permitía mantenerse
en pie. Estaba dispuesto a entrar pero Agatón dijo: -Sirvientes, no lo dejen
pasar. Antes quisiera escuchar el elogio al Amor que va a realizar nuestro
amigo Agustinóstenes.
Ante semejante expectativa sólo
atiné a carraspear, aclararme la voz y comenzar con mi discurso: Amigos -les
dije- les pido sepan disculpar mis torpezas intelectuales y sepan captar el
mensaje de lo que voy a decirles.
Comenzaré realizando algunas
objeciones al discurso de Aristófanes. Según sus palabras el Amor tendría su
origen en el orgullo del hombre, castigado por la envidia de los dioses. Estos
habrían colocado al hombre en una situación de impotencia a fin de tenerlo bajo
su dominio. La atracción del hombre por la mujer y de la mujer por el hombre
sería el fruto de este castigo divino.
–Así es- agregó Aristófanes. –Pues bien- le dije sonriendo, yo propongo
demostrarles lo contrario. Pienso que el Amor no es un castigo divino, sino un
regalo de Dios. Y no de un dios entre tantos sino del único Dios. Aquel del que
se ha dicho: “Dios es Amor”[2]. Como puedes decir eso
–interrumpió Sócrates- si recién asentiste al decir que el amor es carencia. Si
ese Dios es perfecto no puede ser carencia. Muy buena observación –le repliqué-
pero temo que estemos hablando de cosas distintas. ¿Recuerdas aquel diálogo que
mantuviste con Fedro a propósito del discurso de Lisias acerca del amor?.
Sócrates:
Sí, lo recuerdo perfectamente.
Fedro:
Yo también lo recuerdo.
Agustinóstenes:
Entonces recordarán aquel viaje que realizan las divinidades, donde contemplan
la justicia en sí, la sabiduría en sí, y así todas las esencias.
Sócrates:
Exactamente eso había dicho.
Agustinóstenes:
Podrías decirme las características de esas esencias o Ideas.
Sócrates:
Lamentablemente no está mi discípulo Platón, que es el verdadero “padre” de esa
doctrina. Igualmente intentaré decirte las principales características de esas
Ideas: son inmutables, perfectas y eternas.
Agustinóstenes:
¿Podríamos decir que la justicia que acaece en este mundo sensible está sujeta
a cambio, es imperfecta, temporal y finita?
Sócrates:
Sí
Agustinóstenes:
En cambio, la Idea de justicia, la justicia en sí que contemplan los dioses en
el mundo inteligible, es inmutable, perfecta y eterna.
Sócrates:
Así es.
Agustinóstenes:
Ahora veamos: el amor que existe en este mundo sensible está sujeto a cambio,
es imperfecto, temporal y finito.
Sócrates:
Por supuesto.
Agustinóstenes:
¿No crees acaso que la Idea de Amor, aquella de la que participa el amor del
mundo sensible, es por lo tanto inmutable, perfecta y eterna?.
Sócrates:
Sin lugar a dudas.
Agustinóstenes:
¿Y crees que esta Idea de Amor es carencia?.
Sócrates:
No, jamás lo creería.
Agustinóstenes:
De la misma manera el Dios del que te hablo es Amor, sin por eso ser carencia.
Fedro:
Debo admitir que el método socrático es capaz de persuadir al mismo Sócrates.
Agustinóstenes:
Continuaré con mi discurso. Para eso voy a leerles un fragmento de la Biblia:
“Y Dios creó al hombre a su imagen;
lo creó a imagen de Dios[3],
los creó varón y mujer.
Y los bendijo, diciéndoles:
sean fecundos, multiplíquense,
llenen la tierra y sométanla...
Dios miró todo lo que había hecho,
y vio que era muy bueno”[4].
Lo primero que resalta en oposición
al discurso de Aristófanes es la inexistencia de un tercer sexo: “los creó
varón y mujer”. Esa creación a imagen de Dios, es Su presencia en los
hombres. Y si dijimos que “Dios es Amor”, nosotros participamos de ese
Amor. Y no es un castigo divino porque “Dios miró todo lo que había hecho y vio
que era muy bueno”. Para terminar de cerrar esta idea, voy a leerles otro
fragmento de la Biblia:
“Luego, con la costilla que había sacado del hombre,
el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre.
El hombre exclamó:
¡Esta sí que es hueso de mis huesos
y carne de mi carne!...
Por eso el hombre deja a su padre y a su madre
y se une a su mujer, y los dos llegan a ser
una sola carne”[5].
Como se desprende de este pasaje, el amor entre el hombre
y la mujer es querido por Dios. No es un castigo divino, sino una bendición.
Según Aristófanes los andróginos eran un solo hombre con los dos sexos, hasta
que Zeus los dividió en dos. Para mí, desde el principio hay dos sexos, varón y
mujer, pero llegan a ser uno gracias al amor.
Ahora comentaré algunos pasajes del discurso de Sócrates.
Él dijo que “el camino derecho del amor, ya lo siga uno mismo, ya sea guiado
por otro, es comenzar por las bellezas de aquí abajo y elevarse hasta la
Belleza Suprema...”. Este fragmento me lleva a pensar en mi colega Leopoldias
Marechálteles y su obra: Descenso y ascenso del alma por la belleza.
Allí dice que los gestos del alma son los que le dicta su
vocación natural, y este llamado no es otra cosa que la de poseer siempre lo
bueno como bien dijo Sócrates. Posesión es sinónimo de reposo de la voluntad,
ya que nadie sigue buscando aquello que ya tiene. Además ese bien debe ser
concebido como Único, sino el alma iría de un lugar a otro por sentirse
insatisfecha, por buscar un bien superior. Se deduce que ese Bien Único no es
otro que Dios. Esta vocación del alma no es otra que su destino sobrenatural.
Los errores humanos serían las respuestas equivocadas que da el hombre a la
vocación de su destino.
Equivocadamente el alma desciende. Desciende porque la
hermosura de las cosas creadas la llama, y la llaman a cierta verdad y cierto
bien. Sabemos que esa hermosura, esa verdad y esa bondad les fueron dadas por
su Creador. Entre el bien relativo que ofrecen las criaturas y el bien absoluto
(Dios) que busca el alma existe una desproporción infinita. Por amar la belleza
de la criatura se aparta el hombre de la forma del Creador. Si la forma del
hombre es la imagen y semejanza de su Creador, al apartarse del Creador
(original) se aparta también de sí mismo (imagen). El amante trata de
asemejarse al amado, y tiende a cambiar su forma por la forma del amado, en un
abandono de sí mismo por el cual el amante se convierte al amado. Lo superior,
por caridad, debe amar lo inferior, y a su vez, las “leyes celestiales” no
permiten un “rebajamiento”, entonces ¿qué sucede?. El estilo amoroso de los
superiores no consiste sólo en “amar” a los inferiores, sino en “hacerse amar”
por ellos. La única forma de hacerse amar, es dándose a conocer. Ahora si el
hombre ama las criaturas y reposa en ellas su voluntad no responde al llamado
de su alma. Ese hombre se convierte en lo que ama. Como dijo San Agustín: “Si
amas tierra, tierra eres; si cielo, cielo eres; si a Dios, Dios eres”. La
criatura le ofrece un bien relativo, y al no “llenarse”, el alma sigue buscando
otros bienes sin encontrar lo que quiere. Hay que entender que la criatura nos
propone una meditación amorosa y no un amor, un comienzo y no un final del
viaje. Así como Dios se hace amar por los hombres, el hombre debe hacer de
puente para que la criatura retorne a la Unidad; debe ser, para las criaturas,
un juez exacto y para eso debe conocerlas verdaderamente. La criatura le
muestra al hombre la imagen de la divinidad, y si el hombre no lo ve no es por
culpa de las criaturas sino de su intelecto imperfecto. El alma juzgante
desciende a las criaturas y las interroga. Las criaturas le responden con la
noción de un bien relativo, disperso, efímero y mortal. La desproporción con el
Bien divino es inconmensurable. Al revelarnos esa desproporción infinita no
hacen sino confirmar nuestra infinita sed. Las criaturas interrogadas
amorosamente, nos revelan, no su secreto, sino nuestro secreto.
Si no se conoce la desproporción amorosa entre las
criaturas y su Creador, se sale de cada experiencia con una insatisfacción de
sí mismo y con un desengaño de la criatura. Así el alma ve como la tierra va
contestándole negativamente a cada reclamo de su amoroso destino. Entonces de
convierte en juez de las cosas que lo poseyeron. Como el juez está inmóvil y no
desciende a las cosas, ellas ascienden al juez para ser juzgadas. El juez
interroga y la criatura responde. Juzga su vocación de amor, y el alma gira
sobre sí misma para escucharlo mejor; y al girar sobre sí misma recobra su
movimiento propio, el circular. Este llamado, como todo llamado, viene de un
Llamador. Si su vocación es de amor infinito, bondad, hermosura, verdad y de un
destino final, el Llamador será el Amor, el Bien, la Hermosura, La Verdad y el
Fin, y estos atributos sólo corresponden a Dios. Entonces se encuentra a sí
mismo, por la vía de la hermosura creada: se ha encontrado a sí mismo, como
Amante. Y así es como ha encontrado en sí mismo, junto a la Hermosura Divina,
el norte verdadero de su vocación amorosa y la verdadera figura del Amado.
Hay
una frase de mi santo tocayo que dice: “Interrogué a la tierra y me ha
respondido: no soy tu Dios. Interrogué al mar, a sus abismos y a los seres
animados que allí se mueven y todos me respondieron: no soy tu Dios, búscalo
más arriba. Interrogué al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas, y me
afirmaron: no somos el Dios que buscas”. Esa es la respuesta de las criaturas,
decirnos que ellas no son el bien absoluto. A su vez agregan “búscalo más
arriba”, y se nos ofrecen como peldaños para llegar al Bien. Nos dicen “somos
el llamado, pero no El que llama; somos bellas pero no somos la Belleza que nos
creó bellas; somos veraces, pero no somos la Verdad que nos hizo verdaderas;
somos buenas, pero no somos la Bondad que nos creó buenas”. Es decir, la
criatura nos muestra la imagen del creador.
El alma se mueve con un triple movimiento: circular,
oblicuo y directo. “Por su movimiento circular
el alma deja las cosas exteriores y vuelve sobre sí misma y concentra sus
facultades intelectuales en las ideas de unidad: encerrada entonces como en un
círculo, no es fácil que se extravíe. El oblicuo
es movimiento del raciocinio y la deducción, y por él se ilustra el alma en la
ciencia divina, no intuitivamente y en la unidad, sino en virtud de operaciones
complejas y necesariamente múltiples. El movimiento es directo cuando se vuelve el alma a las cosas exteriores y las
utiliza como símbolos compuestos y numerosos, a fin de remontarse, por ellos, a
las ideas de unidad”.
J
Circular: El alma gira sobre su vocación,
en torno de su anhelo de Bien absoluto.
J
Directo: El alma desciende a las cosas a
fin de interrogarlas.
J
Oblicuo: El alma medita la respuesta de las
criaturas y la refiere a su vocación.
Los tres
movimientos no son separados, se conciben como un solo movimiento circular,
directo y oblicuo a la vez. Este triple y único movimiento es el de la línea
espiral.
En
definitiva, todo amor equivale a una muerte; y no hay arte de amor que no sea
un arte de morir. Lo que importa, en verdad, es lo que se pierde o se gana
muriendo. Si como vimos anteriormente, posesión es sinónimo de reposo de la
voluntad, es muy acertado decirle a Dios que “nuestro corazón está inquieto
hasta que descanse en Ti”[6]. Y como dijo Miguel De
Unamuno nosotros tenemos un “apetito de eternidad”. También traigo a colación
lo que dijo Sócrates: “hay que añadir al deseo de lo bueno el deseo de la
inmortalidad; porque el amor consiste en desear que lo bueno nos pertenezca
siempre”. Ese deseo de inmortalidad, apetito de eternidad, o como quieran
llamarlo, está inscripto en el corazón de cada hombre. El amor es el puente
entre lo mortal y lo inmortal, la muerte y la vida, lo efímero y lo eterno
Como dijo
Sócrates, el amor es amor de algo, y de algo que falta. En nuestro caso es amor
de Algo, y ese Algo es Dios. Y nos falta. Porque fuimos creados a Su imagen y
semejanza, pero no somos dioses (tal había sido la promesa[7] de la serpiente).
También quisiera exponerles mi teoría acerca de los 4
amores. Primero es importante aclarar que son verbos y no sustantivos o
adjetivos. Esto indica, de por sí, el carácter activo del amor. Esta
diferenciación la encontré estudiando griego, lengua que ustedes manejan con
gran facilidad. Los 4 amores son:
Y
Erao: De aquí se deriva eros. Este verbo
se emplea para describir al amor romántico y carnal, siempre en sentido sexual.
Y
Stergo: Este verbo indica el amor
familiar, el cariño de la madre por su hijo,
del hijo por su padre, etc. Es ese amor que brota naturalmente de los
lazos de parentesco.
Y
Fileo: Expresa el amor de amistad, el
afecto cálido y tierno que se siente entre dos amigos. Nosotros, en castellano,
lo traducimos por “querer”.
Y
Agapao: De aquí se deriva ágape. Se lo
utiliza para el amor de caridad, de benevolencia, de buena voluntad; el amor
capaz de dar sin esperar nada a cambio. Es el amor totalmente desinteresado.
Estaba por
hablar de la relación entre el arte y el amor, la mujer como musa inspiradora y
el petrarquismo, cuando un fuerte ¡ring! sonó en sus oídos (difícilmente
hubiese sonado en otra parte de su cuerpo). Su reloj despertador marcaba las
siete en punto y el sol ya había asomado por su ventana. El Banquete había
terminado, y aunque las copas bebidas fueron ficticias se despertó ebrio de
conocimiento y borracho de amor.
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