“Mi libertad termina donde empieza la de los demás”. Frase repetida
preocupantemente hasta el hartazgo. Es la expresión más acabada del liberalismo.
Propiedad privada y libertad de mercado. Es avalar la existencia de esa ficción
llamada individuo, como si pudiésemos ser islas incomunicadas. Gran invento que
derribo, o al menos eso creo, en mi “Esbozo
para una Antropología InExistencial”.
Vivimos en un
mundo escandalosamente inequitativo, injusto y desigual. El neoliberalismo,
está harto demostrado, es un sistema de acumulación y concentración de la
riqueza, a la vez que genera desigualdad y expulsión. Son cada vez menos los
que tienen más, y cada vez más, mientras que son cada vez más los que tienen
menos, y cada vez menos. Esta desigualdad
de oportunidades impacta fuertemente en el sentido de la libertad en la
sociedad actual. Y como sucede en “Minority
Report”, maravillosamente traducida como “Sentencia previa”, ya sabemos de
antemano quienes serán los condenados.
La frase que
encabeza este apartado debiera cambiarse, o al menos eso propongo, por otra que
diga: “mi libertad solamente tiene sentido, solamente es libertad, solamente comienza
cuando empieza también la libertad del otro”. Es una de las grandes enseñanzas
que nos dejó Paulo Freire: nunca seremos libres solos y sólo seremos libres
juntos. Mi libertad se potencia en la medida en que el otro también es más
libre. No somos islas. Somos seres sociales, de convivencia. Nadie es sin los
otros y, menos, libre de los otros. Todos estamos llamados a ser libres para
los otros y con los otros. Como dijo el Che Guevara: “solamente seré verdaderamente libre cuando el último hombre haya
conquistado también su libertad”.
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