¿Qué es
eso de Filosofía?. En este posteo haremos una selección de párrafos, frases, de
los primeros seis capítulos del libro “¿Para qué sirve la Filosofía? (Pequeño tratado sobre la demolición)” de Darío Sztajnszrajber.
Desde
luego se sugiere la lectura del libro completo. O, como para empezar, los
primeros capítulos en su totalidad. Toda elección implica renuncias, y esta
selección no es la excepción. Se pierde la fluidez del relato, los ejemplos
concretos, el hilo de pensamiento. Por eso la invitación es, insistimos, leer
el libro. Al que no se anime, le dejamos estos extractos.
Hacer
filosofía es una manera de pensar. No hay una única manera de pensar, aunque a
lo largo del desarrollo de nuestra cultura se haya impuesto una forma sobre el resto
y hayamos siempre asociado la acción del pensamiento a la racionalidad
deductiva, lógica, formalmente argumentativa. No hay consensos sobre qué
significa pensar cuando pensamos el pensar. No hay consensos sobre nada, en
realidad, y mucho menos si se trata del pensamiento; o sea de aquello desde lo
cual pensamos todo, incluso, pensamos al mismo pensar. ¿Pero qué es pensar?
¿Cómo podríamos pensar el pensar?...
En
principio, diríamos que es una actividad de nuestra mente, pero duplicamos el problema:
¿qué es la mente? ¿Con qué pensamos? ¿Con el cerebro, con las neuronas, con el alma,
con la palabra, con la razón? ¿Y qué es la razón? ¿Es algo separado de nuestro
cuerpo o es también una acción corporal que no se asume como tal? Lo
interesante es que, sea como sea, no hay una única manera de pensar, aunque en
nuestra cultura se asocie al pensamiento con la racionalidad. Y con cierto tipo
de racionalidad…
Hay otras
maneras de pensar. Por ejemplo, cuando buscamos el fundamento de todo partimos
de situaciones que se nos presentan en la cotidianidad e intentamos entender su
razón, su sentido, su proveniencia, su por qué. Ya no, ¿cómo hace el joven para
bajar del colectivo?, sino ¿por qué hay colectivos? Ni, ¿por qué hay colectivos?
en el sentido de «hay colectivos porque alguien los fabricó» sino ¿por qué hay
colectivos? O sea, ¿para qué? ¿Con qué sentido? ¿Por qué el universo necesitó
que hubiera colectivos? Tampoco se trata de pensar que hay colectivos porque la
gente necesita transportarse y necesita transportarse porque tiene que llegar
temprano al trabajo, y necesita llegar temprano al trabajo para que la sociedad
de trabajo funcione y todos cumplan con su rol de modo taxativo y productivo, y
unos pocos se llenen los bolsillos de dinero y unos muchos se mueran de hambre
trabajando para los pocos; sino ¿por qué nos movemos? ¿Por qué nuestros cuerpos
vinieron así? ¿Y por qué hay cuerpos? ¿Y por qué con estas características? ¿Y
por qué hay cuando pudo no haber habido nada? Y la respuesta es «No sé». O no
se sabe. O nunca se podrá saber. O, es irresoluble. O, no se trata de preguntas
que busquen ser respondidas de modo definitivo. Pero igual hay pensamiento. ¿Y
de qué tipo de pensamiento se trata? ¿Qué es esta manera de pensar que no
resuelve sino que abre? ¿Y para qué sirve abrir? ¿Y por qué todo tiene que
servir para algo?...
Está
claro que las grandes preguntas existenciales en esencia no han mutado mucho y
seguimos preocupados siempre por los mismos temas: el amor, la muerte, la
felicidad, el tiempo…
Hacer
filosofía es una manera de pensar que privilegia la búsqueda del fundamento. La
cotidianidad se nos presenta funcionando a pleno, con todos sus recursos
puestos al servicio de que todo funcione. Entro al ascensor, toco el botón y el
ascensor sube. Camino por la calle, me cruzo a una persona y la persona no se
abalanza sobre mí para asesinarme.
Tengo
hambre, como estas galletitas y el hambre cede. Hay causas y efectos. Hay
leyes. Hay un funcionamiento efectivo de las cosas. Podemos reconocer las
causas de este orden. Podemos explicar por qué llueve, por qué el colectivo
anda, por qué nacen los bebés, podemos explicar el funcionamiento de cualquier
cosa, y más si se trata de entidades creadas por el ser humano. Es cierto que no
podríamos abarcar la totalidad de las explicaciones de todo lo que nos rodea en
su funcionamiento efectivo. Por eso damos por supuesto en general su eficacia.
Lo damos por obvio. De eso se trata la cotidianidad. No estamos todo el tiempo
preguntando por las razones, ya que sino deberíamos poder saberlo todo para
luego poseer la confianza y emprender cualquier acción. Pero la cotidianidad necesita
de un pacto de confianza y sobre todo de un pacto de olvido. Nos subimos al avión.
Comemos lo que viene adentro de la lata. Tomamos la pastilla que nos receta el médico.
Cruzamos a la persona por la calle. No podemos saberlo todo, aunque todo debe mostrar
sus razones si así fuese solicitado. Esa es la esencia de nuestro pacto que se
pone en evidencia cuando lo que tiene que funcionar, no funciona…
Buscar el
fundamento de cualquier fenómeno es encontrar una respuesta que explique por
qué las cosas son de este modo y no de otro…
Hacer
filosofía es colocarse en un lugar de extrañamiento frente a todo lo que nos rodea,
frente a todo lo que se nos presenta como obvio. Todos podemos desmarcarnos de lo
cotidiano para ingresar en la penumbra del extrañamiento, que no es más que
recuperar de alguna manera nuestra capacidad de asombro…
La
palabra «obvio» puede entenderse, en latín, como la vía que se me despliega tan
enfrente de mí que creo que es la única que existe y por eso la tomo. Algo
obvio como aquello que se me presenta como si fuera la única posibilidad y no
puedo vislumbrar que hay otros caminos posibles. Lo obvio no incluye la
diferencia. La disuelve. Lo obvio no plantea alternativas. Las estigmatiza…
Hay claramente
en todas las obviedades un elemento clave: lo obvio no se cuestiona. Es así porque
es así, o porque es tan evidente que es así que no tiene sentido y hasta parece
una pérdida absoluta de tiempo (otra vez, ¿qué es perder el tiempo? ¿Perderse
en el tiempo? ¿Perder una cosa? ¿El tiempo es una cosa? ¿Perder algo propio?
¿Acaso el tiempo nos pertenece?), intentar cuestionar lo incuestionable…
Sin
embargo, allí donde abrimos una brecha; allí donde empieza a visualizarse la fisura;
allí donde podemos aun preguntar por qué... Allí, algo se mueve: la idea de que
estoy pensando porque los hombres piensan nos descoloca. Nos molesta…
Por eso,
de lo único que se trata es de colocar la pregunta. La naturaleza de la
filosofía, si la hay, tiene más que ver con descubrir la pregunta que con formular
certezas…
Preguntar
es un ejercicio de desmontaje de aquellas certezas que a lo largo de la
historia se instalaron como capas de verdades imponiendo la tiranía de lo
obvio. Y cada capa, y cada verdad, y cada certeza, siempre al servicio de otras
capas, de otras verdades, de otras certezas, conformando una red que se cierra
en sí misma y se impone sin dar lugar a la pregunta…
¿Y si en
última instancia de lo que se trata es de comprender que la pregunta filosófica
tiene como objetivo el desacomodamiento intensivo de todo lo que hay? ¿Y si
hacer filosofía no es más que una manera de dislocar nuestras creencias
estables con el fin de mostrar que sobre las cosas puede haber infinitas
perspectivas y que ninguna necesariamente es más necesaria que la otra?. La filosofía
como análisis de lo obvio no persigue entonces desenmascarar para mostrar el
rostro verdadero escondido tras la máscara, sino que es una manera de romper la
dicotomía entre realidad y apariencia, entre máscara y rostro. ¿Y si la tarea
es el desenmascaramiento del desenmascaramiento del desenmascaramiento del desenmascaramiento,
y así infinitamente?...
El buen
funcionamiento tranquiliza. Es que en definitiva, ¿qué buscamos? ¿Buscamos la
verdad o buscamos que la cosa funcione? O dicho de otro modo: si la cosa
funciona, ¿importa qué es la cosa?...
Poner en
evidencia que todo es parte de una trama es antes que nada desnaturalizar su significado,
relativizarlo. O más que relativizarlo, es desencializarlo, descentrarlo de su obvia
conexión esencial con las cosas, mostrar el carácter de constructo de toda esencia…
El
desacomodamiento hace que lo obvio pierda su naturalidad y no solo todo nos
resulte extraño, sino que, además, todo deje de ser obvio. Pero el
desacomodamiento es la base misma de la filosofía, ya que hasta el mismo pensar
filosófico implica correrse de las formas comunes en que se piensa y dar un
paso al costado…
No es lo
mismo la verdad y la utilidad, aunque toda la tradición del pragmatismo
filosófico no ha hecho otra cosa que intentar reformular la noción de verdad en
términos de conveniencia y para no ser tan duros, de practicidad.
¿Pero
cómo suspender la utilidad? ¿No es la utilidad algo esencial a las cosas? ¿Qué
sería este paquete de papas fritas si no fuese pensado desde la categoría de
utilidad? Mejor primero lo compro. La papa frita es un alimento: sirve para que
nos alimentemos. Los alimentos sirven para que nuestros cuerpos sigan vivos. Y,
sin embargo, está claro que hemos dejado ya muchos pliegues conceptuales al
reducir un producto del capitalismo alimentario a mero compuesto de proteínas.
O dicho de otro modo: se podría pensar la alimentación desde otra perspectiva,
sin la necesidad de que la comida deba tomar la forma de una papa frita, deba
ser empaquetada de este modo, pero sobre todo deba ser solo accesible a aquel
que la puede comprar. ¿O tan natural nos parece que la esencia misma de la
reproducción de nuestras vidas, el alimento, solo sea accesible a aquel que lo compra?
Pero hay algo más. Entendemos qué es una papa frita a partir de un rasgo suyo definitorio:
su utilidad. La utilidad es un valor, no es la papa frita, no es la cosa misma.
Las cosas entran en relación con los seres humanos a través de valores y
nuestra cultura ha erigido en valor casi supremo, o por lo menos, ha
naturalizado tanto el valor de la utilidad que ya no lo percibimos como valor,
como rasgo. Y lo hacemos parte esencial de las cosas. Suspender el valor de la
utilidad, aunque sea desde el pensamiento; poner entre paréntesis este rasgo al
pensar el objeto, nos pone de frente con la cosa y nos obliga a buscarle otros sentidos,
otras perspectivas. Pero ¿las hay? O mejor dicho, ¿puedo realmente dejar de abordar
un objeto sin el valor de lo útil? ¿No está toda nuestra identidad atravesada
por este valor? ¿No está la identidad como principio atravesada por este
principio?. Se puede operar desde el desmontaje, o para usar por primera vez un
término difundido por Derrida, se puede operar desde la deconstrucción. Podemos
desnaturalizar lo útil…
Hay una
famosa apreciación de Oscar Wilde sobre el carácter inútil del arte: todo arte
es completamente inútil. Y la filosofía tiene mucho de arte. Conmueve,
moviliza, zamarrea, busca desde la razón exceder a la razón, busca
trascendencia. Si la acción filosófica se reduce a la búsqueda de fundamentos
que sin embargo se muestran infundados, abismales y cambiantes, ¿no se vuelve
la filosofía una tarea profundamente inútil?...
Se
interrumpe la obviedad del funcionamiento. Se muestra que aquello que viene
funcionando correctamente, o en principio sin fisuras, sin embargo a partir de
cierto descolocamiento de sus pilares deja de funcionar. Muestra sus
contingencias, su posibilidad de ser otra cosa, su posibilidad de ser de otra
manera. Rompe con el criterio básico de la utilidad que consiste en garantizar
la ganancia…
¿No es el
servicio algo que se da sin nada a cambio? ¿O en el capitalismo el servicio
también es una mercancía? Y si es así, ¿no dejaría de ser servicio? ¿Qué es
ganar cuando hacemos filosofía? ¿En qué consistiría una ganancia filosófica?
¿En dudar de todo? ¿En pensar que todo puede ser de otro modo? ¿En
desenmascarar las tramas de intereses escondidas en toda verdad? Si así fuera,
¿no se convertiría por oposición entonces la filosofía más bien en una pérdida?
¿Una pérdida de tranquilidad, de seguridad, de certidumbre? Es que el problema
es otro: ¿nos alcanza conceptualmente el paradigma de la utilidad para explicar
la labor de la filosofía? Parecería que no. En filosofía se gana cuando se
pierde y se pierde cuando se cree estar ganando. Por eso se sostiene que es un
saber inútil. Es un saber inútil porque cuestiona que todo tenga que ser útil,
cuestiona el principio de utilidad como valor dominante, naturalizado y
normalizador de todos nuestros actos. Es un saber inútil porque a diferencia
del resto de los saberes no responde por el cómo sino que pregunta por el qué.
No responde, pregunta. Y en la pregunta, interrumpe…
No se
puede no hacer cosas útiles porque la utilidad es un valor definitorio de
nuestra cultura. Pero se puede cuestionarlo. Descentrarlo. Abrir otras
posibilidades de ser. Debilitarlo. Una cosa es el monopolio de lo útil y otra
cosa es vivir tratando de que lo útil no nos monopolice la existencia…
Hay un
punto en el que tanta vuelta parece no conducir a nada. ¿Para qué perderme en
esta estupidez de la utilidad o inutilidad si al final de cuentas pude comer
solo porque el aparato volvió a funcionar? Y aunque le hubiera planteado al
cajero toda esta disquisición, el paquete de papa frita, como cualquier
mercancía, pudo llegar a mí porque lo pagué. Y lo pagué porque tenía plata en
mi cuenta de ahorro. Y tenía plata en mi caja de ahorro porque me pagaron el
sueldo. Y me pagaron mi salario porque intercambié mi fuerza de trabajo por el
dinero con el cual finalmente pude pagar el paquete de papa frita. Y gracias a
este consumo el cajero a su vez va a cobrar su salario a fin de mes con parte
del dinero con el que yo pagué el paquete de papa frita. O sea que en
definitiva, hay una parte de mi fuerza de trabajo que intercambié con parte de
la fuerza de trabajo del cajero, que no sé cómo se llama, pero que ambos nos
sentimos unidos al intercambiar nuestros cuerpos, o peor, al ser ambos
explotados por alguien que en cada caso, nos pagó un salario infinitamente
menor a lo que ambos producimos…
Habría
que poder justificar cómo llegar de la nutrición como factor fisiológico a esta
góndola llena de porquerías, o más bien, de marcas que es en definitiva lo que
consumimos… Pero la filosofía nació justamente en la fisura que provoca el que una
totalidad se nos presente sin fisuras. Como estas góndolas. Actúan como una totalidad.
Todo ocupa el lugar que tiene que ocupar: las etiquetas para adelante, el
precio de costado, las galletitas todas juntas, las bebidas en la heladera, las
papas fritas por orden de precio. Como una puesta en escena, un gran teatro que
se niega a sí mismo, y se nos muestra con una naturalidad incuestionable. Hay
todo un orden naturalizado según el cual, cada uno de estos alimentos
empaquetados se nos presentan para ser consumidos en estas góndolas…
Tal vez
todo se trate de este gesto: no puedo no salir de la utilidad, pero puedo
inutilizarla y vivir en la tensión entre lo útil y lo inútil. La misma tensión
que irrumpe cuando amo aunque no crea en el absolutismo del amor, o cuando
buscamos la verdad aun sabiendo que la verdad no existe. Tensiones, márgenes,
cornisas. No se puede salir de lo útil como no se puede birlar a la muerte.
Pero se puede debilitarla. Quitarle peso. Mucho de la filosofía se juega en
este quitar peso, aunque si sigo comiendo porquerías...